(Publicado originalmente en Vheissu, aquí.)
Hay cosas buenas para decir sobre El infinito en la palma de la mano (Seix Barral, 2008, 237 pp.), de Gioconda Belli, pero principalmente hay que criticarlo. Lo digo porque tomó una idea muy fuerte (un recuento fresco y moderno de la historia de Adán y Eva) e hizo un esfuerzo decidido por desperdiciarla.
Varias cosas al respecto. La prosa está llena de errores (cosas tan sencillas y evidentes como “Lo movimientos de Adán” [p. 124] abundan) y hay un desfile casi moscovita de gerundios desacertados. Además, hay detalles narrativos que fallan: por ejemplo, la narración generalmente sigue los pensamientos y sensaciones de los personajes, así que me parece muy raro que estos dos seres recién creados y desnudos sepan lo que es el encaje: “el liquen y el musgo se derramaban como encaje sobre sus cabezas” (p. 23). Asimismo, hay palabras que desajustan las frases, comparaciones injustificadas, repeticiones deslucidas, metáforas ingenuas. ¿Qué tal estos dos casos de negligencia a la hora de revisar? “Al descampado, junto a las rocas que circundaban la cueva, se acurrucó junto a él” (pp. 112-113; énfasis añadido); “Trató de no perder de vista la colina al otro lado desde donde avistaría el mar, pero bien pronto se vio rodeada de altos troncos y denso follaje” (p. 136; énfasis añadido). En general, creo que estamos ante un manuscrito a dos revisiones profundas de estar listo para ser publicado; tal vez el prospecto de ganarse el premio lo aguijoneó para que saliera de la crisálida antes de tiempo. (Y se lo ganó: el Premio Biblioteca Breve 2008).
En medio de todo eso, hay que celebrar ciertas oraciones, que quedaron lujosamente descritas, y ciertas ideas fueron ingeniosamente pensadas y expresadas. Por ejemplo, me gusta esta, sobre Adán: “Le asombraba encontrar dentro de sí la respuesta para los acertijos con que lo enfrentaba la necesidad” (p. 130). Se nota el oficio que tiene Belli como poeta.
Hay unas visiones bastante estereotípicas de los hombres y las mujeres (podríamos decir que se justifica, ya que evidentemente estamos ante el “tipo” del hombre y el de la mujer). No obstante esos estereotipos, los diálogos y pensamientos de ambos personajes son interesantes, y su interacción a veces logra ser fascinante. El juego de culpas en torno al fruto prohibido es traído de manera efectiva a la relación entre Adán y Eva. El proceso mediante el cual aprenden a conocer el mundo (cazar y construir, por ejemplo) y a conocerse a sí mismos (el hambre, la defecación, la menstruación) es narrado con acierto. A pesar de eso, los dilemas en torno a los hijos que tienen (Caín y Luluwa, Abel y Aklia) creo que resultaron demasiado complejos, narrativamente, para la construcción de la novela; las mayores virtudes de las primeras docenas de páginas del libro se disuelven en una maraña de intrigas muy poco intrigantes.
Por último, la visión de Elohim (en el texto, “Elokim”) es bastante particular. Es una visión básicamente atea de la deidad: encontramos un dios construido sobre la base de un artista típico del Romanticismo, lleno de caprichos e incertidumbres y frustraciones y motivado entre otras cosas por el deseo de vencer la soledad. La Serpiente, a veces retratada como Quetzalcóatl, funciona como una especie de narrador que describe y explica lo que hace Elokim (sic).