lunes, 31 de mayo de 2010

La artesanía del cuento

(Publicado originalmente en el blog Vheissu, aquí.)

La artesanía del cuento. Manual de narrativa corta, de Francisco García-Moreno Barco (San Juan: Editorial Preámbulo, 358 pp.), es uno de los libros más largos que he visto sobre el tema de producir escritura creativa. Ni siquiera el temáticamente ambicioso manual del Gotham Writers’ Workshop alcanza las 300 páginas. Como puede esperarse por su extensión, el libro de García-Moreno es completo: hay capítulos sobre el cuento, el lenguaje, los tipos de narradores, los diálogos. Esa virtud es también una de las trampas del libro: La artesanía del cuento pretende ser una obra para usar en clase (en la universidad, preferiblemente), pero su extensión juega en contra de eso. ¿No se desanimará un estudiante —que está llegando a la escritura a través de un curso obligatorio— al toparse con discusiones tan extensas? O pensemos en escritores más avezados que toman el libro para mejorar su técnica: para ese otro público, los buenos consejos (ciertas distinciones conceptuales, la recomendación de evitar los verbos generalizadores, unos pocos de los ejercicios propuestos) se extravían en medio de mucho material creado para el contexto de cursos para principiantes. Así que el libro ocupa una posición peculiar.



No obstante esa posición, La artesanía del cuento tiene cosas rescatables. El libro hace un recuento interesante de una fracción de la literatura sobre el tema (confieso que esperaba que un doctor en literatura —como lo es el autor— fuera más allá en la sustentación). García-Moreno incorpora de manera fluida textos sobre la psicología de la escritura, sobre técnicas de revisión, sobre el acto de escribir. Como ya lo señalé, hay buenos consejos y algunos buenos ejercicios. Por ejemplo, el autor defiende una posición sensata sobre la originalidad (no se trata de hacer algo completamente nuevo, que es imposible, sino de hacer algo de cierta forma innovador).

El texto muestra algunos imperfectos en la presentación del material. Hay repeticiones innecesarias: por ejemplo, la discusión sobre el uso de los sentidos aparece de manera muy semejante en dos partes diferentes del libro, sin que la segunda le haga un guiño al lector sobre la existencia de la primera. Si bien el autor enfatiza la importancia del oficio y la transpiración para escribir, también cae en la adoración romántica de la inspiración de los autores (con todo y musa: “Sentarse a escribir es una especie de acto de espiritismo mediante el cual el escritor saca los fantasmas que lleva dentro” [34]; el “santuario” de un escritor “es un lugar apartado y secreto donde diariamente se encuentra con su musa y hablan en privado” [34]).

Coexisten posiciones enfrentadas con respecto al lenguaje; veamos dos ejemplos: “Nada en la pronunciación de ‘perro’ nos muestra al animal cuadrúpedo. La selección del término es arbitraria y podría haber sido cualquier otra” (127-128); “Cuando decimos ‘perro’ se nos viene a la mente un animal peludo, cuadrúpedo, que ladra, por lo que el nombre está unido indivisiblemente a lo que nombra” (226). Sí, podemos señalar diferencias en el alcance de la primera y la segunda citas, pero el énfasis que ambas ponen en el lenguaje es distinto. Además, inmediatamente después de la discusión sobre la arbitrariedad del término, nos encontramos con una página entera de ideas tan objetables como esta: “En el verso de Luis de Góngora ‘infame turba de nocturnas aves’ los golpes de la ‘u’ hacen caer sobre el verso dos intensos chorros de luz, pero de luz negra; la misma luz negra que inunda la palabra [sic] ‘lúgubre’, ‘luto’ y ‘luctuoso’” (128). ¿La “u” produce chorros de luz negra? ¿En qué siglo es que estamos?

Muchos de los consejos que ofrece el autor generarían algo que podríamos llamar literatura de curso. Parte de visiones algo osificadas de lo que debe ser la literatura: “mostrar, no contar”, por ejemplo, que ya es una fórmula bastante conocida; la idea de que un buen cuento tiene que empezar y terminar de cierta forma; una manera demasiado realista de entender el cuento (“El relato es un espejo de la realidad” [276]). No obstante, a veces surgen posiciones más flexibles; la definición del conflicto (238) es un ejemplo. Aunque el libro no se corresponde exactamente con ella, otros ya han criticado con acierto la literatura de MFA, que asume formas predecibles incluso cuando experimenta y que tiende a fabricarse para un público académico. En defensa del autor, sin embargo, este libro está dirigido precisamente a un curso de redacción a nivel universitario, así que no podemos ser muy estrictos al juzgarlo por presentar una visión tipo curso de la literatura.

A lo largo del texto, el autor usa creaciones propias para ilustrar algunas ideas, y no sé si esta sea una muy buena idea en el caso de un autor que todavía no reporta ningún libro de literatura publicado. Creo que hubiera sido más prudente ceder la voz de los ejemplos a otros autores (casos diferentes los de Revision, de Kaplan, y The Art of Fiction, de Lodge, ambos escritores consagrados al momento de publicar libros en los que usan sus propios escritos como ejemplos). Ahora, La artesanía del cuento sí contiene múltiples referencias a muchos escritores, desde James Joyce hasta estudiantes que han tomado los cursos de García-Moreno. El autor muestra una veneración irrestricta por Cortázar, tal vez seguida de una por Borges. En todo caso, el uso que hace de ellos ejemplifica bien muchas de las ideas.

Las críticas que he hecho no deben opacar un logro: este es un libro verdaderamente abarcador que abre un espacio respetable para la literatura práctica sobre cómo escribir, algo que en español hace mucha falta.

El infinito en la palma de la mano

(Publicado originalmente en Vheissu, aquí.)

Hay cosas buenas para decir sobre El infinito en la palma de la mano (Seix Barral, 2008, 237 pp.), de Gioconda Belli, pero principalmente hay que criticarlo. Lo digo porque tomó una idea muy fuerte (un recuento fresco y moderno de la historia de Adán y Eva) e hizo un esfuerzo decidido por desperdiciarla.

Varias cosas al respecto. La prosa está llena de errores (cosas tan sencillas y evidentes como “Lo movimientos de Adán” [p. 124] abundan) y hay un desfile casi moscovita de gerundios desacertados. Además, hay detalles narrativos que fallan: por ejemplo, la narración generalmente sigue los pensamientos y sensaciones de los personajes, así que me parece muy raro que estos dos seres recién creados y desnudos sepan lo que es el encaje: “el liquen y el musgo se derramaban como encaje sobre sus cabezas” (p. 23). Asimismo, hay palabras que desajustan las frases, comparaciones injustificadas, repeticiones deslucidas, metáforas ingenuas. ¿Qué tal estos dos casos de negligencia a la hora de revisar? “Al descampado, junto a las rocas que circundaban la cueva, se acurrucó junto a él” (pp. 112-113; énfasis añadido); “Trató de no perder de vista la colina al otro lado desde donde avistaría el mar, pero bien pronto se vio rodeada de altos troncos y denso follaje” (p. 136; énfasis añadido). En general, creo que estamos ante un manuscrito a dos revisiones profundas de estar listo para ser publicado; tal vez el prospecto de ganarse el premio lo aguijoneó para que saliera de la crisálida antes de tiempo. (Y se lo ganó: el Premio Biblioteca Breve 2008).

En medio de todo eso, hay que celebrar ciertas oraciones, que quedaron lujosamente descritas, y ciertas ideas fueron ingeniosamente pensadas y expresadas. Por ejemplo, me gusta esta, sobre Adán: “Le asombraba encontrar dentro de sí la respuesta para los acertijos con que lo enfrentaba la necesidad” (p. 130). Se nota el oficio que tiene Belli como poeta.

Hay unas visiones bastante estereotípicas de los hombres y las mujeres (podríamos decir que se justifica, ya que evidentemente estamos ante el “tipo” del hombre y el de la mujer). No obstante esos estereotipos, los diálogos y pensamientos de ambos personajes son interesantes, y su interacción a veces logra ser fascinante. El juego de culpas en torno al fruto prohibido es traído de manera efectiva a la relación entre Adán y Eva. El proceso mediante el cual aprenden a conocer el mundo (cazar y construir, por ejemplo) y a conocerse a sí mismos (el hambre, la defecación, la menstruación) es narrado con acierto. A pesar de eso, los dilemas en torno a los hijos que tienen (Caín y Luluwa, Abel y Aklia) creo que resultaron demasiado complejos, narrativamente, para la construcción de la novela; las mayores virtudes de las primeras docenas de páginas del libro se disuelven en una maraña de intrigas muy poco intrigantes.

Por último, la visión de Elohim (en el texto, “Elokim”) es bastante particular. Es una visión básicamente atea de la deidad: encontramos un dios construido sobre la base de un artista típico del Romanticismo, lleno de caprichos e incertidumbres y frustraciones y motivado entre otras cosas por el deseo de vencer la soledad. La Serpiente, a veces retratada como Quetzalcóatl, funciona como una especie de narrador que describe y explica lo que hace Elokim (sic).